“Después de 500 años el mundo necesita un nuevo “Renacimiento” más humanizado”
- Este “Renacer” requeriría gobiernos coherentes, generosos, menos sectarios y cero populistas
Históricamente, el llamado Renacimiento emergió en Italia a principios del siglo XV y se extendió más tarde al resto de Europa. Trajo consigo un nuevo movimiento cultural que cambió el mundo más conocido: de Florencia al resto de la Europa occidental, incluida España. Los nuevos aires fueron también la puerta abierta a la Edad Moderna, al destierro del Medievo y sus oscuridades, con excepciones como las esplendorosas bóvedas del románico y las estilizadas agujas del gótico. Nació así otra forma de ver el mundo y la concepción de la propia persona. Las artes, la política, el pensamiento y hasta la ciencia de la época, mudaron y comenzó a mirarse más al ser humano, a sus inquietudes, a sus sentimientos terrenales y algo menos al cielo. El Renacimiento supuso, de alguna manera, una etapa trascendental para la humanidad. Llegó la reflexión, la evolución de ciertos valores, intocables hasta entonces, y la aparición de otros más racionales y menos dogmáticos. Con su impulso cambiaron muchos conceptos vitales para la sociedad del momento.
Ya nada sería lo mismo. Surgió una persona más humanizada y más relevante, un hecho al que acompañó una filosofía más próxima y menos teocrática. Fue la primera apertura contra el corsé del feudalismo y un abono para el futuro. Curiosamente, fue también un tiempo renovado para olvidar la terrible tragedia de la peste negra de años atrás y cuyo efecto devastador segó la vida de millones de seres humanos.
Con el Renacimiento surgió una persona más humanizada y más relevante
Aquí y ahora, el mundo necesita otro Renacimiento. Precisa mirarse a sí mismo y comprender sin rubor su tremenda fragilidad. Si no, ¿cómo es posible que un virus pueda poner patas arriba a todo el planeta en pleno siglo XXI? Nuestra particular peste negra de la Covid-19 nos ha detenido en seco. A todos. Algo impensable en una sociedad teóricamente tan avanzada. A la hora de reemprender la marcha, más vale haber aprendido alguna lección que sirva para reordenar la escala de valores sociales.
Si rebobinásemos en el tiempo hasta el primer día del presente año y hubiéramos planteado y asumido la ficción de un drama semejante, con cientos de miles de muertos, nadie hubiera aceptado entonces que se diera importancia a las batallitas tribales internas de un gobierno y de la clase política. Más bien se pensaría con sentido común en una unidad de acción precisa y fuerte, que se enfrentara con más garantías de vencer a la deteriorada situación provocada por la pandemia. Hubiera sido prácticamente imposible imaginar en enero que ante la mortandad contabilizada cupieran actitudes de frivolidad, descaro y oportunismo. Y, sin embargo, ¿no estamos en eso?
Buena parte de la sociedad, de la ciudadanía, está demostrando un comportamiento responsable, sacrificado y solidario. Y la clase dirigente debería en esta crisis dirigir sus miradas a ese tipo de comportamientos por ser ejemplos de solidaridad y entrega a los demás, por encima de sus propias necesidades y aun a riesgo de sus vidas. Y ahí debería poner su foco esa clase dirigente, para entender mejor el momento crítico al que nos enfrentamos y contraer así la responsabilidad que le corresponda.
Se trata de una responsabilidad gradual, en la que entramos todos en diferentes escalones, pero que no se olvide que son los gobiernos los principales administradores de la gestión de la crisis y que a ellos les toca responder prioritáriamente por lo sucedido. Por eso, los gobiernos están más obligados que nadie, aunque esto no excluya la responsabilidad de otros, a dar ejemplo de credibilidad, eficacia, coherencia, rigor y honradez, con el fin de conseguir la colaboración y la confianza del resto de los sectores políticos y sociales, para que tiendan su mano sin resquemor y de forma desinteresada. Vamos contra reloj. Es urgente responder con altura de miras y humildad a esa sociedad sacrificada. Esta tragedia de la Covid-19 exige un nuevo Renacimiento, que pasa por una España y una Europa unidas, sin fisuras, y por el surgimiento de un mundo más compacto y solidario, diferente en gran parte al que ha existido hasta ahora, tras el ataque del virus que ha sido mortal y global. Este terrible y descarnado paisaje viral debe propiciar la posibilidad de permutar actitudes prepotentes, egoístas, sectarias, demagógicas y populistas por dos sencillas pero grandiosas y hermosas palabras: humanismo y generosidad.
(Reflexiones del reconocido columnista español Miguel Ángel Liso)